Creciendo con espíritu misionero.

Cuando a uno le arde el corazón de felicidad, poco importa el hambre, el frío, la falta de sueño, y el cansancio inexplicable. Y eso sentí y siento durante y después de la misión. Me arde el corazón de ganas de vivir.
Aprendí que no existen las casualidades, que cada bifurcación en el camino nos llevo a exactamente donde teníamos que llegar, y que por algo me toco mi grupo con la gente que después me daría cuenta cuan increíble es. Aprendí que existe un tipo de belleza que no se puede describir con palabras, sino que solo puede apreciarse desde adentro y en silencio. Aprendí que existe la humildad verdadera, que existe la humanidad, que existe el desinterés y la bondad humana se mantiene intacta en mucha gente, especialmente en los chicos que se acercaron a jugar con nosotros, a compartir su vida con desconocidos, a hacernos sonreír y emocionarnos. Aprendí que no es una frase de compromiso cuando la gente dice que dar es mas que recibir, porque por primera vez sentí el verdadero placer de dar sin esperar siquiera un gracias a cambio. Dimos todo, y sin embargo volvimos con más.
En esta misión se dio un ambiente libre de egoísmo. Todos éramos iguales: los coordinadores, los misioneros, el padre Pablo, todos éramos una unidad que funcionaba con el solo fin de servir. A pesar de dormir 4 horas con temperaturas bajo cero, a la mañana lo único que queríamos era levantarnos y que arranque el día. Tanto en Molinos como en Seclantas, estuvimos en contacto con una realidad muy distinta a la nuestra, una realidad que no teníamos idea que existía, y de esta creo que aprendimos muchísimo y nunca nos vamos a olvidar de las experiencias que vivimos. Conocí gente increíble, tanto misioneros como coordinadores y gente de allá que se conecto conmigo, y por eso voy a estar agradecido para siempre y espero no olvidarme de la última semana hasta que termine mi vida. Hoy estoy lleno de felicidad, lleno de paz, lleno de alegría, y se que no soy el único. Gracias a todos, a la parroquia, al colegio, a los coordinadores, a todos y cada uno de los misioneros. Gracias a las parroquias de los pueblos por recibirnos. Gracias a todas las familias que nos abrieron las puertas, y a todas las que permitieron a sus hijos compartir las tardes con nosotros. GRACIAS. Creo que fuimos un manantial que dio vida en cada lugar que visitamos. Juntos, navegamos mar adentro. Los quiero, gracias